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Oro Eau de Parfum Moresque Parfum, los Maestros Perfumistas han utilizado, por primera vez en la historia de MORESQUE, materias primas vulcanizadas
ORO de MORESQUE es mucho más que una fragancia: es una alquimia majestuosa, una oda sensorial al poder del fuego y al misterio dorado que arde en las entrañas de la tierra. Desde el primer instante, esta obra olfativa evoca la imagen del oro fundido, brillante y líquido, mientras danza al calor abrasador de 1064 °C. Su estela es cálida, incandescente, envolvente; casi hipnótica.
Las notas de salida abren como un susurro especiado y aromático: el estragón despliega su verdor anisado, casi etéreo, que se funde con la nota herbal y salvaje de la artemisia. La angélica, con su frescor terroso y ligeramente almizclado, equilibra la intensidad inicial, ofreciendo una introducción luminosa a un viaje que pronto se tornará más denso y profundo.
En el corazón de ORO palpita la opulencia floral. El lirio de Casablanca se manifiesta en todo su esplendor narcótico, envuelto por el exótico frangipani, que añade una nota tropical y solar. Pero es el styrax, con su perfil ahumado y resinoso, el que comienza a señalar la dirección hacia lo oculto y lo místico, como si las flores se deshicieran en humo ante un ritual ancestral.
Este perfume es el primero en la historia de MORESQUE en utilizar materias primas vulcanizadas, tratadas mediante un proceso pirogénico que transforma los aceites esenciales con la acción directa del calor. Este tratamiento da vida a acordes únicos: inciensos más densos, resinas más profundas, maderas más cremosas. La sensación es la de estar ante una materia viva que ha sido marcada por el fuego.
La base de ORO es un canto resinoso a lo sagrado. La mirra, milenaria y misteriosa, aporta su dualidad balsámica y mineral. El incienso vulcanizado añade un carácter arcano, como de humo sagrado en un templo olvidado. Las semillas de ambreta traen sensualidad almizclada con un giro ligeramente frutal, mientras el almizcle blanco pule el conjunto con suavidad aterciopelada.
Pero es el ládano quien se lleva el papel estelar en este telón final. Extraído de la jara cuando el sol quema con más intensidad, su resina se vuelve espesa, densa, casi mística. Su aroma recuerda al cuero, al ámbar, a la piel cálida. El ládano en ORO no es solo un ingrediente, es un emblema: el alma misma del perfume que arde y permanece.
Cada gota de ORO parece contener una historia milenaria, como si fuese un relicario aromático de civilizaciones perdidas, de rituales olvidados, de metales preciosos fundidos en el crisol del tiempo. Su rastro se siente como una bendición perfumada que acaricia la piel con elegancia dorada.
No es una fragancia para pasar desapercibido. Es para quienes caminan con la cabeza en alto, conscientes de su presencia, de su fuego interior, de su rareza. ORO no se lleva; ORO se habita, como se habita un trono, un templo o una leyenda. En él, cada nota es un eco del lujo, de la alquimia, del arte en su forma más incandescente.
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